martes, 10 de mayo de 2016

Rutas por los pueblos negros de Guadalajara y sus cascadas



Cada vez me satura más la contaminación, el ruido, el estrés y la masificación de la gran ciudad.
Así que no hay nada mejor que salir a estar en contacto con la naturaleza y descubrir rincones bien bonitos,
pero a ser posible que estén muy aislados o visitarlos en un día de diario para evitar que estén masificados, ya que eso es de lo voy huyendo.
Principalmente me atraen las cascadas y hecho por el hombre los puentes, pero cualquier otro accidente geográfico o ruta con encanto es bienvenida.
Fuentes, montes, montañas, ríos ...



Vamos a empezar esta aventura con un tres en uno que hice con mi hermano el pasado 4 de mayo.
El destino, la poco conocida zona de los pueblos negros de Guadalajara.
El menú:
-De primero, la chorrera de Despeñalagua en Valverde de los Arroyos
-De segundo, las cascadas del Aljibe en Roblelacasa
-De postre, el reventón del Cañamar en Peñalba de la Sierra


Aunque se pasa mucho tiempo en la carretera, la recompensa merece la pena. Tres accidentes geográficos dignos de ver.
No sabría con cual quedarme, las tres diferentes y las tres muy chulas.

Haceros con un mapa, aunque sea impreso, de la Vía Michelín, ya que por ejemplo en la Guía Repsol no aparecen todas las carreteras existentes y para llegar al último destino os obligaría a hacer muchísimos kilómetros cuando realmente hay un enlace, aunque tenga tramos en mal estado.

Os adjunto mapa:


Después de emplear más de dos horas en llegar hasta Valverde de los Arroyos, dejando atrás kilómetros y kilómetros de tierras poco habitadas y adentrándonos en una zona de continuo sube y baja estábamos en disposición de iniciar la primera ruta. A los pies del punto más alto de la provincia de Guadalajara, el pico Ocejón con sus 2049 metros, pero realmente sin verlo físicamente.




Aparcando en la zona habilitada a ello y echando en la mochila unos cuantos víveres necesarios atravesamos el pueblo rumbo a la parte más alta del mismo.




Se llega a un prado con un par de porterías que es el punto de salida de la ruta.
No tiene perdida, hay que seguir el camino perfectamente marcado y que lleva una canalización de agua de manera continuada en su margen derecha en sentido ida.

Aunque en algún momento nos podemos confundir, nunca hay que descender ni acercarse al arroyo que transcurre a nuestra izquierda, sería síntoma de que nos hemos salido del sendero oficial.
La ruta en sí no es larga, unos 40 minutos yendo tranquilos.
De hecho al poco de salir del pueblo y coger el sendero ya se ve a lo lejos la cascada, en una estampa muy impactante.
Continuamente por nuestra derecha va cayendo agua que recoge la canalización que os he comentado.

Nos vamos acercando rápidamente hasta la chorrera y una vez allí, prácticamente debajo de ella, vemos que son dos vías de agua las que caen. La altura de la chorrera es considerable, de hecho habré visto solo uno o dos saltos de agua con semejante altura.




Una vez contemplado a deshacer el camino andado.

Casi llegando al pueblo hay un desvío con dos rutas, una que te sube hasta el Ocejón y otra que te lleva hasta Majaelrayo,
al otro lado de este pico. Curiosamente sólo te marca 8,5 kilómetros, cuando por carretera hay que hacer muchos más.
Llegada al coche y en marcha para buscar el segundo plato del día.


Tranquilamente recorremos la distancia que separa Valverde de los Arroyos de Majaelrayo, pueblo más importante de la zona de los Pueblos Negros. Antes de llegar a Majaelrayo, a la altura de Campillo de Ranas, tomamos un desvío que nos lleva al próximo y minúsculo pueblo de Roblelacasa, donde no me pareció ver ningún habitante, aunque si vacas, con lo cual alguno habría.
Una vez estacionados y habiendo protegido el cuerpo ya que el calor era evidente, leí un poco las indicaciones de la ruta y nos pusimos en marcha.

En la calle que queda a la derecha de la plaza, por llamarle algo, del pueblo (una fuente os servirá para localizar la plaza) hay un poste que indica el comienzo de la ruta.
Vamos saliendo del pueblo por el camino y va quedando a nuestra izquierda en una bonita postal. La pista es ideal, ya que es muy cómoda y no ofrece posibilidad de perderse.
Eso sí, no hay ninguna sombra.



Vamos bajando continuamente, ya que aunque no nos demos cuenta, a la vuelta si que se hacen notar las tres o cuatro cuestas que hay que afrontar.
Siempre consultando mi valioso reloj con altímetro para ir viendo como nos movemos. En este caso en torno a los 1100 o 1200 metros de altitud.
Nos vamos acercando al río Jarama. Al otro lado ya vemos el asentamiento del pueblo abandonado de Matallana. La verdad es que se hace difícil pensar en que allí viviera alguien por lo incomunicado del sitio.

Ya atisbando el río vemos el puentecillo que lo salva y que nos permitiría llegar hasta Matallana, y aunque el desvío hacia la Cascada está antes bajamos al puente.
Un medidor de caudal nos indica que el río lleva casi un metro de agua a pesar de que el cauce es estrecho.
Deshacemos unos metros y nos posicionamos sobre el desvío hacia la cascada.
Cogemos un sendero que va alejándose un poco del cauce del río y que va continuamente ascendiendo.

Recorremos apenas un kilómetro y vemos otra garganta por la que aparentemente se descuelga otro arroyo que va a caer al Jarama. Ahí abajo, aunque inicialmente no lo parezca están las cascadas.
Descendemos y llegamos hasta el corte de la piedra donde se observa el arroyo y las cascadas, aunque no en la mejor perspectiva.
Un poco más arriba en el arroyo un puente prefabricado con unos troncos y que pone a prueba nuestro equilibrio nos permite cruzar al otro lado y conseguir la vista desde el otro lateral de las cascadas y sobre todo la vista frontal, la que yo había visto en fotografías y la más bonita.

Dos saltos de agua consecutivos con dos pozas en la que es posible bañarse, aunque sea complicado acceder hasta ellas.
Incomparable paisaje perdido en medio de la nada.




Ahora tocaba la pereza de volver, teniendo en cuenta el sol, la falta de sombras y que todo lo bajado antes tocaba ahora subirlo.
Tras una hora o un poco más de vuelta, al llegar al pueblo la zona de acceso estaba invadida por ganado vacuno,
pastando al lado y casi dentro del pueblo, y una vaca un poco mal encarada nos cortaba el camino.
Fue una situación curiosa ya que no se quería quitar y además hacia amagos como de arrancarse, jejeje.
Finalmente aprovechando un momento en que se dio la vuelta pudimos pasar y acceder al pueblo, no sin antes esquivar las múltiples cagadas que habían dejado.


Después de reponer fuerzas brevemente tocaba partir hacia el postre. Serían las 5 de la tarde aproximadamente, pero el sol seguía calentando y quedaba luz solar suficiente para afrontar el tercer envite.
Lo difícil era ahora encontrar la ruta. Este tramo de carretera no aparecía en muchos sitios y nos hizo estar desorientados unos minutos, pero finalmente saliendo del pueblo por donde habíamos entrado y antes de llegar a Campillo de Ranas había un desvío, sin indicar ningún pueblo que decidimos coger.
La carretera evidentemente en mal estado, a tramos regular, pero a tramos muy mal.
Calculo que no deben pasar más de 5 o 10 coches al día por ella.

Tras un par de kilómetros se abrió ante nosotros una garganta por la cual discurre al río Jaramilla.
Pero la garganta casi asusta. Delante un fuerte desnivel para bajar en tres eses hasta el puente que salva al río y enfrente otras cuantas que trepan por el otro lado, el enclave es magnifíco y singular.
Una vez cruzado el puente y comenzado el ascenso al otro lado del río, en una parada pude apreciar que aquello es lo que había leído que se llamaba "La Gran Muralla", y efectivamente guarda cierto parecido.

Una foto vale más que mil palabras.




Seguimos ascendiendo, posiblemente 2 kilómetros en torno al 15% de desnivel y después de manera menos pronunciada hasta llegar, en torno a los 1500 metros sobre el nivel del mar, al incomunicado e imagino que casi deshabitado pueblo de Corralejo.
La carretera al paso por él es calamitosa y sólo pudimos apreciar ganado, ninguna persona.

Unos kilómetros más allá y después de dejar el desvío que a la vuelta nos introduciría en la Comunidad de Madrid por el municipio de La Hiruela seguimos ascendiendo hasta coronar un monte desde el que se divisaba el pueblo de Peñalba de la Sierra, rodeado por montañas de más de 1700 metros y con esta carretera como única de salida de su enclave.
Un municipio que según leí solo cuenta con 4 habitantes, donde no hay pan más que una vez cada cinco días y el resto de comestibles más todavía.

Un pueblo que debe quedar aislado muchas veces en invierno pero que está localizado en un enclave privilegiado y que además esconde en sus proximidades nuestro último destino, un rincón muy bonito, un capricho de la naturaleza.

Llegado al pueblo lo curioso era que se estaban construyendo dos o tres casas nuevas.
Cogimos un bocadillo ya que la jornada iba pasando factura, en especial en mi que no estoy acostumbrado últimamente a estas palizas y líquido y nos pusimos en marcha. Esta aparentemente era la menos larga, pero el cansancio pesaba y afectaba un poco a la orientación.

Después de tener algunas dudas, salimos del pueblo por la parte de abajo, por una pradera, cruzamos el arroyo del Cañamar y cogimos fácilmente la senda, la cual no se interrumpe nunca, así que es difícil perderse.
Lo malo es que al poco la senda se aleja un poco del margen del río y cuesta un poco intuir donde está la cascada.
Empezamos a avanzar con alguna duda y sin querer pasarnos, por la hora que era ya y por el cansancio, pero se vislumbraba cerca un cortado en la roca situada en el margen derecho del río que parecía indicar que era allí.

Por si acaso un par de ciclistas que venían por la senda, aunque no se como porque es piedra sola prácticamente, nos confirmaron que más o menos era por allí.
Así que avanzamos ya con un punto fijado en el horizonte y efectivamente al llegar aproximadamente a esa altura había un hito en la senda que indicaba que allí era, y además alguien había puesto una cuerda negra agarrada a los arbustos.

El descenso es complicadillo en sí, mucho desnivel, piedras que no están fijas y se mueven al pisarlas y resbaladizo en general, además que esa cuerda a la que asirse desaparece a mitad de la bajada.
Pero bueno, con un poco de precaución se llega hasta abajo y la recompensa merece la pena.
El caudal y el ruido emitidos por el arroyo eran importantes, así que no quiero ni pensar después de esta semana de lluvias.




Espectacular el "Reventón del Cañamar", escondido allí, lejos del mundanal ruido, como si no quisiera revelar su secreto y su belleza.
Una vez saciada el ansia por conocer el salto de agua, escalamos el camino de acceso, quizás un poco menos complicado que el descenso y retornamos tranquilamente hacia Peñalba acompañados por el remanso del arroyo y la paz que te otorga el paraje.


Y con esto concluye esta primera aventura, que esperemos sean muchas más, para conocer y descubrir rincones de gran belleza que nos brinda la naturaleza y que están al alcance de todos.

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