Aunque sea más o menos conocido el Hayedo de Tejera Negra, dada la afluencia de gente que nos encontramos el sábado, posiblemente no sea muy visitado.
Y es que es costoso, en tiempo, llegar hasta la localidad de Cantalojas (una de las más frías de España), lugar de acceso al mismo.
Alguno de los tramos desde Riaza hasta aquí está verdaderamente en mal estado.
Aunque en principio no es la época más recomendable para visitarlo, ya que las hayas han perdido sus hojas y por lo tanto falta el colorido mágico, la presencia de nieve también le daban su encanto.
Íbamos a hacer la Senda del Robledal, que en principio estaba bien indicada, de 17 kilómetros y unas 7 horas de duración.
Y efectivamente no tenía ninguna pérdida, de las rutas más fáciles de seguir, aunque la distancia se fue en torno a los 20 kilómetros.
Saliendo del centro de interpretación, recorrimos a pie unos cuantos metros paralelos a la pista que permite acercarse más con el coche, por una pradera, sorteando vacas.
Pasado un paso canadiense las balizas te hacen bajar hacia el riachuelo, para tras cruzar un puente de pizarra empezar un primer repecho exigente.
El calor y el sudor empezaban ya a notarse.
Se llega a una primera explanada en lo alto, acercándonos a las montañas.
Se sigue con otro buen tramo de ascenso, al final del cual se encuentra un panel informativo con los picos que tenemos frente a nosotros, algunos de ellos por encima de los 2000 metros, con lo cual nosotros seguramente estábamos a unos 1600 metros.
Se empieza un tramo de descenso, seguido de una zona llana, en la cual hay una indicación a un roble centenario a mano izquierda, donde efectivamente, sin llegar al mismo se ve un tronco de un grosor muy superior a los que le rodean.
Ya vamos pisando zonas de nieve. Se empieza otro tramo de ascenso, largo éste, virando ligeramente hacia la izquierda,
en el cual nos encontramos las dos únicas personas de este largo tramo.
Un poco más adelante nos encontramos con la intersección de la ruta marcada con color rojo (nosotros hicimos la verde)
Al llegar a lo alto de un monte nuestra senda gira a la derecha, por una zona de umbría con numerosos árboles, no sólo hayas. Ahí nos indica que nos quedan unas 3 horas y unos 10 kilómetros.
Es esta zona la más compleja por la gran acumulación de nieve, que nos hace andar durante mucho tiempo pisando nieve, con la lentitud lógica y las precauciones necesarias para no patinar y pegarse un costalazo.
Un poco más adelante en un bosque más cerrado se puede hacer una variante de la ruta de unos tres kilómetros más, pero nosotros seguimos el trazado original de la Senda del Robledal y empezamos a descender, pisando mucha nieve todavía, hasta que llegamos a la explanada donde se junta la pista que viene del centro de interpretación y la senda.
Es el sitio ideal para comer y reponer fuerzas, con una fuente y junto al río, donde nos encontramos alguna persona más.
Ahora podíamos regresar de tres maneras diferentes.
Por el mismo sitio que habíamos venido.
Por la pista por la que podrían acceder los coches, aunque debería estar cerrada porque allí no había ningún coche.
O completar la ruta circular bordeando el río.
Finalmente elegimos esta tercera, pero creo que no es la más recomendada para nadie que no esté muy preparado o esté dispuesto a mojarse hasta las rodillas.
Al poco de empezar a andar cruzamos el río por primera vez por unas piedras habilitadas, puestas justo donde se identificaba un poste de señalización al otro lado.
Tras ese primer cruce al lado izquierdo, fuimos avanzando, sorteando vegetación y en algún momento subiendo un poco para salvar alguna entrante rocoso.
Pero llegado un momento se vio un poste al otro lado del río y no encontrábamos un punto nítido de paso, así que pusimos por primera vez en práctica el salto de longitud, solventado sin muchos problemas.
Seguimos avanzando por el margen derecho, a la falda de la montaña, con mucha sombra y muchos restos de nieve, y rápidamente se vio que el lado bueno, por lo menos en esa zona era el izquierdo.
Así que otro salto de longitud, nos creíamos Mike Powell y Carl Lewis en esos momentos.
Esta vez salté yo primero y al saltar después mi hermano se torció el tobillo, cuando parecía menos dificultosa la pista de aterrizaje que en el primer salto.
Así que se complicaba la situación, ya que todavía nos debían quedar 6 o 7 kilómetros.
Le sugerí que se pusiera nieve en el tobillo para evitar que se hinchara mucho rápidamente, y aunque reacio al principio fue haciendo sucesivas paradas para incorporar la nieve dentro del calcetín e intentar aliviar el dolor.
Por suerte desde ese punto pudimos realizar el resto del trayecto por el margen izquierdo del río sin ningún problema y sin necesidad de tener que hacer otro cruce.
Tras un buen tramo alcanzamos un puente y una zona donde había 6 u 8 coches aparcados, con una barrera bajada que impedía el acceso hasta donde habíamos estado comiendo.
Lo único malo es que desde ahí todavía quedaban 1,7 kilómetros de retorno a nuestro coche, por terreno duro ya, aunque no se hizo muy pesado y conseguimos alcanzar el final de la ruta, unas 4 horas y media después.
Tras un cambio de calzado y reposición de líquidos regresamos a Madrid y concluimos esta interesante ruta.
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