Pusimos rumbo hacia la comarca de Ciudad Rodrigo para hacer un 3 en 1 en rutas por la zona, con un denominador común, el río Águeda.
Tras recorrer el camino hasta Ciudad Rodrigo, que se hace largo desde Madrid, nos dirigimos al pueblo de Zamarra.
Por una carretera que cada vez va siendo más estrecha y rugosa, y que pasa junto al embalse del Águeda, tras una ligera subida, llega hasta el pueblo de Zamarra, dónde sólo vimos una persona.
Aparcamos en la parte éste del pueblo, junto al Velatorio, desde donde salía el camino que pretendíamos seguir y que nos tenía que llevar hasta el Castro de Lerilla.
Aparcamos en la parte éste del pueblo, junto al Velatorio, desde donde salía el camino que pretendíamos seguir y que nos tenía que llevar hasta el Castro de Lerilla.
Salimos del pueblo por ese camino, con toda la Peña de Francia y la Sierra de Gata a nuestra izquierda y terrenos de cultivo o de ganado por todas partes.
Tras avanzar un par de kilómetros, empieza a intuirse el discurrir de un río en las inmediaciones, bastante encajonado.
Tras avanzar un par de kilómetros, empieza a intuirse el discurrir de un río en las inmediaciones, bastante encajonado.
Según seguimos avanzando se van viendo ya tramos de agua, efectivamente encajonados, en un cañón bastante bonito.
Al llegar casi a la altura del río, hay que salvar un buen desnivel para cruzarlo y pasar a la otra orilla donde está el castro.
Enfrente se ve la pequeña vereda, en zig zag, que nos va a llevar hasta lo alto del cerro.
Al llegar casi a la altura del río, hay que salvar un buen desnivel para cruzarlo y pasar a la otra orilla donde está el castro.
Enfrente se ve la pequeña vereda, en zig zag, que nos va a llevar hasta lo alto del cerro.
Empezamos a descender hacia el río y según vamos bajando, no encontramos con un bonito meandro y el puente que nos servirá para salvar el obstáculo de agua. El puente nuevo, ya que otro más antiguo y mucho más pequeño estaba sumergido bajo el agua, una lástima ya que habría sido interesante verle y cruzarle, pero eso sólo pasa en épocas de auténtico estío, y el pantano, aunque no estaba tan cerca,
tenía agua de sobra hasta ahí.
tenía agua de sobra hasta ahí.
Éste es el otro puente que no vimos
Lo cruzamos y empezamos el ascenso hacia la cima de la otra pared que encierra al río Águeda. Subimos rápido, pero el camino no tiene ninguna dificultad ni excesiva maleza, así que sólo el desnivel es el único inconveniente.
Al llegar arriba, junto a dos encinas, tenemos que girar hacia la derecha, donde a unos 30 metros tenemos una puerta, que en este caso estaba hasta abierta.
La traspasamos y avanzamos en dirección a una caseta abandonada que se ve allí. Desde aquí las vistas que se ven de esa zona del río o pantano son todavía más espectaculares, con el camino por el que habíamos bajado y que luego tendríamos que remontar de vuelta.
Un poco más adelante de la casa llegamos al castro. Está totalmente abandonado, sin ningún cartel que lo identifique, y bastante cubierto de hojas y maleza por todas partes. Y además, claro está, no tiene ningún elemento reseñable, es de los castros menos atractivos en ese sentido, más allá de su gran emplazamiento, ya que al otro lado había otro brazo del embalse, al que llegan y alimentan varios ríos, no sólo el Águeda.
Pues ya estaba hecha la ruta, y el camino de vuelta en este caso era el mismo que el de ida, así que lo fuimos deshaciendo tranquilamente, hasta completar los diez kilómetros y medio aproximadamente.
El calor había sido intenso, sin ninguna sombra. Es una ruta corta pero que con calor requiere llevar agua e ir bebiendo para evitar una semi deshidratación, como a mi me ocurrió. Me pasé casi el resto del día bebiendo líquido y casi sin comer.
El calor había sido intenso, sin ninguna sombra. Es una ruta corta pero que con calor requiere llevar agua e ir bebiendo para evitar una semi deshidratación, como a mi me ocurrió. Me pasé casi el resto del día bebiendo líquido y casi sin comer.
Después de esta ruta, nos acercamos a Ciudad Rodrigo, donde compramos agua y estuvimos comiendo en un parque, próximos a la zona histórica del pueblo, cuya visita dejamos para otra ocasión.
Salimos del pueblo, en busca de la siguiente ruta, por un interesante puente sobre el río Águeda, aunque atravesando una especie de barrio gitano que daba una sensación de degradación tremenda al pueblo.
Pusimos rumbo hacia el pueblo de Martiago.
Antes de llegar tuvimos otro encontronazo con el pantano de Águeda, ese brazo que se veía desde el Castro de Lerilla.
Y de nuevo en un cañón bastante chulo. En general todo recordaba bastante a los vecinos del norte "Los Arribes del Duero", aún no siendo tan bonito ni tan conocido como aquello, era realmente interesante.
Antes de llegar tuvimos otro encontronazo con el pantano de Águeda, ese brazo que se veía desde el Castro de Lerilla.
Y de nuevo en un cañón bastante chulo. En general todo recordaba bastante a los vecinos del norte "Los Arribes del Duero", aún no siendo tan bonito ni tan conocido como aquello, era realmente interesante.
Llegamos a Martiago, desde donde quería encontrar el Puente romano de Gatos. No llevábamos ninguna ruta que nos guiara, simplemente buscamos su geolocalización en Google Maps y en base a eso nos guiamos.
Eran unos 4 kilómetros, en principio cómodos.
Eran unos 4 kilómetros, en principio cómodos.
Salimos por el camino que hay al lado de una ermita, a la entrada del pueblo a mano izquierda. Una pista ancha, apta para coches, que va transcurriendo por fincas para ganado.
Llegamos hasta una primera intersección, donde giramos a la derecha, en la siguiente giramos a la izquierda, y después de pasar por una cruz en una finca a mano derecha, en la siguiente intersección volvemos a girar a la derecha.
Toda esta parte, aunque pueda parecer complicada, es muy sencilla, no tiene ninguna pérdida, y se puede seguir en Google Maps sin problemas.
El problema viene después de esta última intersección.
Ese camino se acaba de repente. Mirando el mapa, estamos bastante cerca del puente, pero no sabemos por donde bajar y además estamos un buen tramo más altos.
El problema viene después de esta última intersección.
Ese camino se acaba de repente. Mirando el mapa, estamos bastante cerca del puente, pero no sabemos por donde bajar y además estamos un buen tramo más altos.
Y la cosa se complica cuando la aparente forma más directa de bajar se ve interrumpida por unos cuantos panales de abejas, como ya nos sucedió cuando estuvimos en el río Alberche.
Así que por precaución, pero sin saber bien por donde íbamos, retrocedimos un poco hasta el final del camino, y seguimos recto dirección al arroyo que debía surcar el fondo de ese pequeño valle. Pero íbamos retrocediendo, así que cuando llegamos hasta el cauce del arroyo, completamente seco, nos habíamos alejado del puente.
Así que por precaución, pero sin saber bien por donde íbamos, retrocedimos un poco hasta el final del camino, y seguimos recto dirección al arroyo que debía surcar el fondo de ese pequeño valle. Pero íbamos retrocediendo, así que cuando llegamos hasta el cauce del arroyo, completamente seco, nos habíamos alejado del puente.
Volví a utilizar el Google Maps, y aparentemente no estaba lejos, así que fuimos bordeando, o en algunos momentos inclusos, utilizando el cauce pedregoso del río para ir avanzando.
El terreno era muy incómodo, y parecía que no avanzábamos, o que el puente no estaba allí.
Pero realmente, nuestra posición GPS se movía algo y nos íbamos acercando a él.
Mientras íbamos estudiando la forma de volver, porque se estaba haciendo bola el camino, y porque ya llevábamos más de 4 kilómetros, y habíamos salido casi sin líquido ni comida para esta segunda ruta.
Finalmente, a la vuelta de una curva del cauce del río nos topamos con este, en teoría puente romano.
Muy antiguo, y muy abandonado. Tiene pinta de que somos de las pocas personas que hemos llegado hasta allí a visitarlo.
Finalmente, a la vuelta de una curva del cauce del río nos topamos con este, en teoría puente romano.
Muy antiguo, y muy abandonado. Tiene pinta de que somos de las pocas personas que hemos llegado hasta allí a visitarlo.
No había camino a ninguno de los lados del puente que llegara hasta él, y la parte de arriba del mismo estaba invadida por vegetación que había ido creciendo.
Una pena, pero a la vez un encanto. Yo abogaba porque si era un puente romano, deberían cuidarlo un poco, indicar el camino y acondicionar un poco el acceso al mismo, mientras que mi hermano decía que el que quisiera verlo que se esforzara y se lo currara.
Después de las fotos de rigor, perdidos en medio de la nada, en una hondonada, decidimos remontar el monte por el que supuestamente íbamos a bajar campo a través, hasta que nos topamos con las abejas, ya que parecía lo más rápido, y no parecía haber en la otra vertiente ninguna alternativa mejor.
Así que empezamos a trepar, sin excesiva dificultad, un poco de pendiente y algún tramo de más vegetación, pero nada exagerado.
Y como me temí y le había advertido a mi hermano, nos fuimos a dar de bruces con las abejas.
Así que bajamos un poco y las fuimos bordeando rápidamente, para evitar que se alteraran y empezaran a salir de allí cientos de abejas a por nosotros, y rápidamente llegamos a ese final del camino en el que estuvimos en la ida.
Así que ya, muy cómodamente, por los caminos que habíamos venido volvimos hacia el coche, siempre, con las cercanas montañas que separan Salamanca de Cáceres ofreciéndonos una buena vista.
Otros casi 9 kilómetros de ruta que sumar a la jornada.
No contentos con todo esto, como el viaje había sido costoso hasta allí, había que maximizarlo todo lo posible, y fuimos a por el postre, en busca del Castro de Irueña.
Tuvimos suerte, porque apareció una carretera que no venía en el mapa que nos hizo no tardar mucho en llegar hasta la localidad de Fuenteguinaldo, pasando previamente por El Saugo y Robleda.
Desde Fuenteguinaldo, el Castro está a unos 3 kilómetros, tras superar otra vez el Río Águeda, se llega al pequeño aparcamiento que hay junto a la entrada.
Estaba ya atardeciendo, pero en principio era algo rápido.
Entramos en el recinto y vimos que había una ruta circular de 1,8 kilómetros, aunque yo la única referencia que tenía y lo que quería ver era la Yegua de Irueña, una especie de verraco, algo parecido a los famosos Toros de Guisando.
Estaba ya atardeciendo, pero en principio era algo rápido.
Entramos en el recinto y vimos que había una ruta circular de 1,8 kilómetros, aunque yo la única referencia que tenía y lo que quería ver era la Yegua de Irueña, una especie de verraco, algo parecido a los famosos Toros de Guisando.
Empezamos esa ruta circular, llena de moscas, de maleza, y con realmente pocos vestigios del castro, aunque en un mirador hacia el otro lado del río Águeda se veían como más restos de ese Castro.
Seguimos con esa ruta circular, cada vez más hartos de las moscas, pero por fin, después de haber hecho más de la mitad, llegamos hasta esa fantástica Yegua, con la cuál nos fotografiamos, y dimos por buena la visita al Castro.
Seguimos con esa ruta circular, cada vez más hartos de las moscas, pero por fin, después de haber hecho más de la mitad, llegamos hasta esa fantástica Yegua, con la cuál nos fotografiamos, y dimos por buena la visita al Castro.
Así que completamos la cuerda de esa ruta circular y sumamos esos casi 2 kilómetros al total de la jornada.
Y con eso dábamos por concluida la visita a esta zona, aunque es un sitio que hay que volver, para ver Ciudad Rodrigo y algunas cosas interesantes que hay al norte de la población, dando por visitada toda esta zona sur.
Una parada a la vuelta en los 4 Postes de Ávila para disfrutar de las vistas nocturnas de la muralla y para hacer una pausa.
Y desde allí hasta casa ya.
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