lunes, 7 de agosto de 2017
Visitando parte de los Alpes - Día 3
Amanecía el tercer día en Grenoble.
Tras el paso por el desayuno para coger energía y despertarnos nos pusimos en ruta.
A pesar de no descansar mucho ni muy bien el cansancio no hacía mucha mella debido a las ganas de seguir conociendo lugares fantásticos.
Y además este día íbamos a estrenar las carreteras sin salida y aparentemente insignificantes, en las cuales seguramente nadie repararía pero que eran impresionantes.
Una vez visto el norte-noroeste y el sur-suroeste de Grenoble hoy íbamos a explorar el sur-sureste.
Salimos buscando rápidamente nuestro primer destino, la cornisa del Drac, que iba acompañando la carretera por la que discurríamos junto un alargado embalse que formaba el propio río Drac.
Desde la altura las vistas eran magníficas, acentuadas en algún mirador todavía más.
Finalmente llegamos a una zona en la que había una especie de playa y una pasarela sólo para valientes por la que cruzar una de las partes estrechas del embalse.
Una de esas pasarelas de película, a gran altura, con traviesas de madera como suelo y dos cuerdas como barandillas.
Yo decliné aventurarme a ello y finalmente decidimos seguir adelante conformándonos con el gran atractivo que había supuesto el trayecto hasta allí.
Fuimos girando hacia el este hasta alcanzar la localidad de Corps, donde realizamos una parada para comprar algo de comer y poder avituallarnos más adelante y la pertinente parada diaria para repostar gasolina, y pusimos rumbo hacia el sur, dirección Gap, para buscar el poco conocido Col du Noyer, el cual yo había visto en la Dauphiné y me parecía espectacular.
Nada más salir de Corps nos topamos con el embalse de Le Sautet el cuál estuvimos también contemplando antes de seguir camino hacia el macizo del Devoluy, una de las partes más meridionales de los Alpes, con picos de más de 2500 metros de altitud.
Tras atravesar un gran desfiladero, al salir de él alcanzamos la muy bonita población de Saint-Etienne-en-Devoluy, desde la que ya teníamos a tiro el Col du Noyer, verde por la parte que lo ascendíamos y con un paisaje lunar prácticamente en la otra zona.
Después de disfrutar del paisaje iniciamos el revirado descenso con curvas muy cerradas y estrechas en la primera parte, con la carretera colgando de la roca prácticamente, hasta llegar al valle, el cual fuimos remontando dirección norte hacia una de esas carreteras que mirada sobre un atlas aparentemente no dice nada pero que resultó sencillamente espectacular, entrando por primera vez en el parque nacional des Ecrins, el cual nos acompañaría durante el resto de nuestra estancia en los Alpes.
Sobre el Atlas no se puede ver el relieve y uno piensa que igual es una carretera que discurre por un valle o con ligera ascensión, y efectivamente por un valle transcurre pero ascendiendo, hasta llegar a unos 1650 metros al final de la misma.
En un principio había marcadas unas tres cascadas en el recorrido de la misma.
Dejamos pasar las dos primeras para llegar hasta el final y verlas a la vuelta, pero ya en una tercera que no estaba marcada decidimos parar. Las estampas de toda la carretera con agua cayendo continuamente eran espectaculares.
No son cascadas cualquiera, son difícilmente superables.
Con una fuerte pendiente en la parte final, en la que podíamos contemplar impresionantes montañas, incluídos glaciares, en cualquier dirección.
Finalmente llegamos al refugio de Gioberney al final de la carretera, un sitio de belleza incalculable.
Un circo glaciar ante nosotros, con una pradera verde y una cascada con forma de cola de caballo.
Estaba programado comer allí, pero visto el entorno aunque no estuviera previsto lo habríamos hecho.
Nos deleitamos mientras comíamos, lo que me hizo no darme cuenta de que el sol picaba y le pasaría factura a mis brazos en días posteriores.
Una vez comido nos acercamos lo máximo posible a esa cascada, conocida como du Voile de la Mariée, y allí nos recreamos en la fotografía, con ella y con el resto del entorno.
Daba pena irse de allí, salían un montón de rutas para realizar, pero claro rutas que pueden durar casi un día entero, y nosotros no disponíamos de ese tiempo.
Así que fuimos deshaciendo esa carretera hasta toparnos con las otras dos cascadas que habíamos dejado pendientes, la Cascade du Casset, muy próxima a la carretera y que te permitía meterte debajo de ella y luego la Cascade de Combefoidre, también visible desde la carretera pero un poco más adentrada en la roca, así que intentamos acercarnos más a esta por un sendero aparentemente bien marcado, pero después de subir y subir durante más de 20 minutos nos dimos cuenta
que aquello no iba bien, y que ya deberíamos haber llegado, con lo cual retornamos ya que tenía pinta de que ese camino no te acercaba a la cascada.
Todavía antes de dejar esta fantástica carretera, justo en la otra ladera a la de las cascadas (todas en la ladera norte), había otra atracción turística. Saliendo de un pueblecillo había que subir unos dos kilómetros hasta el paraje conocido como Les oulles du diable.
Estaba yo un poco frito, como ya os dije encima el calor era fuerte y me había tostado los brazos, así que Fede fue a por agua a una fuente del pueblo para refrigerarse y acometer la empresa.
Pero finalmente pensándolo bien y aunque la carretera era tremendamente estrecha decidimos hacerlo en coche.
Nos topamos con dos o tres coches durante la subida teniendo que maniobrar nosotros para que ellos pasasen, pero lo conseguimos sin excesivos problemas.
Y algo vale que lo hicimos así, porque el punto de interés no era muy atractivo, unas pequeñas formaciones rocosas que guardaban un gran parecido con los cuernos del diablo, pero que además eran complejas de ver ya que había que hacerlo a unos 50 metros de distancia.
Así que volvimos al coche y emprendimos los dos kilómetros de descenso tras un coche, no obstante tuvimos un conato de roce con otro coche que subía conducido por un viejo francés bastante inútil.
Ya en el cruce con la nacional, en un aparcamiento existente examiné lo que quedaba por ver en el día y evalué que podíamos hacer con el tiempo que nos quedaba y pensé que podría ser atractivo visitar el santuario de Notre Dame de la Salette.
Así que nos acercamos, después de completar el bucle, a la localidad de Corps donde habíamos parado por la mañana a comprar algo de comer, desde el centro de la cual salía la ascensión al santuario.
Intuía que era una ascensión, pero no que la basílica estuviera ubicada a casi 1800 metros de altitud.
Ya una vez salido del pueblo Fede divisó una carretera que serpenteaba y asomaba en la parte alta de la montaña y rápidamente intuyó que seguramente habría que trepar hasta allí.
Y efectivamente, hasta allí hubo que subir. Una subida por una montaña verde hasta alcanzar el santuario, emplazado en un lugar fantástico, que en invierno tiene que sufrir los rigores de la climatología.
Había sido una gran elección entre los posibles sitios que nos quedaban para completar la jornada.
Intentamos recopilar un poco de información del sitio, y respondía a unas apariciones de la virgen, menudo sitio eligió para ello.
Merece la pena investigar más sobre el sitio.
Una vez visitado el santuario no quedaba más que regresar a Grenoble, previa visita exprés a Vizille, lo cual haríamos a través de la carretera conocida como la Ruta de Napoleón.
Sin parar en el pueblo de La Mure, cosa que habría estado bien, nos acercamos a Laffrey en cuyas proximidades hay tres lagos, que resultaron un poco decepcionantes.
Aunque estaban pegados a la carretera intentamos coger otra alternativa ya que al ser una nacional sería complicado parar para verlos.
El primero ni lo vimos, así que volvimos a la nacional, y los otros dos prácticamente sin parar, ya que tampoco tenían más atractivo, aunque había deportes acuáticos. Al final de ellos había una estatua de Napoleón desde la que además se podía contemplar el último lago.
Desde aquí había que descender vertiginosamente hasta Vizille, unos 700 metros de desnivel en poco tiempo.
Desde la carretera se iba viendo en el valle el pueblo y su castillo, el cual no tenía perdida para encontrarlo.
Aunque no tuvimos posibilidad de ello, la mejor estampa de Vizille era desde la altura, el castillo era un museo de la Revolución Francesa y había que pagar, y el exterior tampoco resultó excesivamente atractivo, así que poco más que un "drive through".
Lo cual dejaba algo de tiempo para recuperar una espina clavada, como era encontrar la cascada de Sassenage que habíamos intentado ver la mañana anterior a primera hora camino de Villard de Lans.
Volvimos al lugar y otra vez el GPS nos jugó una mala pasada llevándonos a una calle sin salida.
Pero esta vez tuvimos un poco más de intuición y adentrándonos en el pueblo por fin encontramos un cartel que marcaba el acceso a la gruta.
Justo donde las casas se pegan con las rocas del macizo del Furon un pequeño arco daba acceso a un mínimo aparcamiento, donde dejamos el coche. Estaba anocheciendo pero por fin lo habíamos encontrado.
Rápidamente nos dimos cuenta que el día anterior si hubiéramos seguido el arroyo que atravesaba el pueblo habríamos ido a parar allí.
Es realmente bonito como el pueblo casi se adentra en las rocas y en esa garganta en la que se haya la cueva y la cascada.
Empezamos a ascender por el margen izquierdo del agua, momento en el cual surgió un apretón gastrointestinal por parte de Fede.
En lo que atendía sus necesidades fisiológicas intenté encontrar la cascada, que me parecía que estaba allí, pero que no era visible desde ese margen. Así que seguimos ascendiendo por una senda perfectamente habilitada hasta que poco después alcanzamos la cueva. Allí el camino cruzaba el menor caudal de agua que hay en ese punto y permitía acceder al otro lado en medio de un bosque. Bajando unos 5 minutos y justo donde yo pensaba dimos con una magnífica cascada,
muy próxima al pueblo, pero a su vez en un bosque, en una garganta montañosa, con una cueva ..., no tenía la espectacularidad y la altura de las otras vistas en el día pero era fantástica también y además fue un reto encontrarla.
Toda una hazaña y un riesgo, ya que había leyendas de hadas y duendes que decidí no entrar a leer en profundidad, ya que siendo casi de noche igual me habrían quitado las ganas de internarme por aquella zona.
Volvimos al coche y de camino al hotel. Una ducha y como punto final a la estancia en Grenoble fuimos a cenar a un Burger King que había en la misma plaza de Víctor Hugo, donde estaba el hotel, y luego otro paseo por la ciudad, una vez más nocturno, no conseguimos verla de día.
No había prácticamente nada de gente, era domingo ya y tarde, pero también era julio.
Así que muy tranquilo por las zonas colindantes y al rato a descansar al hotel para recuperar fuerzas.
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