El último día en territorio alpino nos iba a llevar a hacer un recorrido similar al que cinco días antes
habían hecho los ciclistas del Tour, en la etapa que les llevó desde Briançon hasta el Col del Izoard,
y se notaba por la multitud de distintivos que había por los diferentes sitios que fuimos pasando a lo largo del día.
Así que con los primeros rayos del sol partimos de Briançon dirección sur, por la misma carretera que el día anterior habíamos bajado por la tarde para ver las cascadas de Dormillouse.
Un valle mucho más amplio que los visitados el resto de días.
El primer punto que tenía marcado Gato era Mont Dauphin, que resultó ser un pequeño pueblo erigido sobre una roca, que el día anterior de veía desde la carretera de Dormillouse y que estaba a nada de Guillestre, pueblo por el que pasaríamos luego de vuelta a Briançon, haciendo una especie de nudo o de ocho en este punto.
Resultó ser un recinto amurallado que es considerado patrimonio de la Unesco.
Así que aparcamos, cogimos unas provisiones para desayunar que no lo habíamos hecho y accedimos al recinto.
Un lugar muy tranquilo, también era muy primera hora de la mañana, en un lugar peculiar y con buenas vistas, que además nos vino muy bien como sitio de desayuno.
Seguimos rumbo sur, dirección Gap, dejando algunas carreteras a mano derecha que se adentraban en el Parque Nacional des Ecrins, pero no podíamos visitarlas todas.
Hicimos un "Drive Through" en Embrun, una localidad más grande, bien ubicada e interesante, con una torre, una iglesia, una fuente para llenar las botellas de agua y gasolinera en la que repostar.
El pueblo está en la cola del Embalse de Serre Ponçon. Lo cruzamos por un largo puente para ver las vistas desde ambas orillas, pero volvimos para bordearlo por la zona sur, ahorrándonos mucha distancia y tiempo.
La carretera iba ascendiendo pasando junto a unas formaciones rocosas curiosas, llamadas allí "demoiseles coffee", y que están marcadas en los atlas como punto de interés.
Al llegar a un pueblo en la parte más alta de esta carretera, alcanzamos el mirador que había en la misma, junto a una nave en la que fabricaban miel (encontramos muchísimos sitios de fabricación de miel en toda la zona).
Desde la altitud había unas grandes vistas del embalse.
Empezamos a descender hacia el final del embalse por un brazo rumbo a nuestro siguiente destino.
Allí había una cascada pero no era la que tenía marcada como sitio a visitar, con lo cual al creer que era esa se quedó sin visitar.
Dejamos el rumbo a Gap y empezamos a hacer la parte de abajo del bucle que debíamos realizar.
Siguiente parada Le Lauzet-Ubaye, allí en 5 minutos andando llegamos a un puente medieval, colgando sobre una profunda garganta por la que discurría el río Ubaye. Desde allí también había indicado un camino hacia una cascada, la de Costeplane, que estaba incluida pero que al confundirla con otra quedó en el tintero.
Siguiendo el camino llegamos a Barcelonette, donde no hicimos más que un "Drive Through", a pesar de parecer un sitio interesante, rodeado de altas montañas y punto de partida hacia diferentes puertos de montaña o estaciones de esquí hacia el sur.
Uno de los puntos neurálgicos de la zona.
Empezando a remontar hacia el norte llegamos a Jausiers, punto de partida hacia el Col de la Bonette, que con sus 2802 metros sobre el nivel del mar supone la carretera de paso más alta de Europa. Aquí acabó una etapa del Tour hace unos años pero no suele ser una zona muy frecuentada. Aunque nos hubiera gustado ir hasta la cima, nos habría quitado más de una hora y no disponíamos de ese tiempo.
Más hacia el norte también dejamos el Col de Larche, fronterizo con Italia ya.
Ya en pleno ascenso al Col de Vars llegamos a St-Paul-sur-Ubaye, donde tomamos un desvío a mano derecha para visitar un puente.
Otra de esas carreteras sin salida con un paisaje espectacular pero que solo recorrimos hasta el puente de Chatelet.
Antes de llegar a él al paso por dos pueblecillos había hasta tres curiosas fuentes con motivos de animales, hechas en madera, y con movimiento.
Ya contemplando el puente, aparcamos el coche y subimos a pata hasta el puente. Espectacular como su único sustento son dos paredes de roca, colgando a una altura increíble, sobre el río Ubaye. Un paisaje impresionante.
De vuelta al coche nos acercamos al mirador para ver el puente desde abajo y a un poco de distancia, espectacular también.
Después de semejante postal volvimos a la nacional y en poco tiempo, a través de verdes laderas alcanzamos la cima del Col de Vars, con sus 2109 metros, otro puerto poco transitado y ligado siempre al Izoard.
Por la hora que era y dado que era un sitio atractivo para ello nos pusimos a comer en un banco junto al parking y a una verde pradera. No había picos muy altos junto a este puerto.
Tuvimos que agilizar la comida porque hacía mucho viento y era desagradable comer en esas condiciones, además de que sufrimos una invasión de moteros italianos que ocuparon el banco adyacente y parte del nuestro.
Descendiendo el puerto se divisaba Mont Dauphine, donde habíamos estado a primera hora de la mañana, pero pasamos justo por el contiguo Guillestre, punto de acceso a la estación de Risoul, que se intuía en lo alta de una montaña contigua.
Al final casi del descenso tomamos otra carretera de esas sin salida, también marcada como pintoresca, que nos llevaba hasta el Vall d'Escreins.
Era la más corta, pero fue la más compleja, muy estrecha en todas partes, con un acantilado bastante peligroso en la primera mitad de la misma y en peor estado.
Durante el trayecto no había nada especial a reseñar, y aunque al final había bastantes coches, más que en otras de estas carreteras, no tenía el mismo atractivo que el resto.
Bien es cierto que las vistas eran bonitas, pero lo único que podíamos hacer era hacer alguna ruta allí marcada que podría durar horas e impedirnos ver el resto de sitios del día. Pero aunque no saliera tan bien como el resto el sitio también era bonito e interesante y además es lo que ya esperaba, recorrer la carretera y ya.
Así que al poco de llegar nos volvimos. Hicimos también un "Drive Through" por Guillestre, no estaba mal el pueblo pero no paramos, así que cogimos la carretera que nos dirigía hacia Briançon por el Col del Izoard.
Al poco de iniciar la carretera entramos en un inesperado desfiladero, con semáforos y todo para salvar algún tramo estrecho y en curva por el que no cabían dos coches en paralelo, y al superar esta zona cogimos un desvío a la derecha dirección a Ceillac.
Una carretera más de esas sin salida.
En este caso la calzada era más ancha y mejor asfaltada, pero durante unos kilómetros fuimos haciendo unas eses tremendas para ir ganando altitud, unos 600 metros en poco más de 7 kilómetros, para llegar a una preciosa y amplia pradera en la que se alojaba la localidad y estación de esquí, un sitio idílico y no medio inaccesible como La Berarde o Gioberney.
Y para adornar un poco más el entorno una magnífica cascada desprendiéndose por la ladera derecha, próxima a lo que serán las pistas de esquí en invierno, cuando haya nieve, y en las que por cierto había un camión en lo alto del todo descendiendo por un desnivel casi imposible para un vehículo.
Un rato allí en la cascada y de vuelta, a apurar las últimas horas en el corazón de los Alpes.
De vuelta a la nacional, al poco salía el desvío hacia el Izoard, pero continuamos de frente, dirección Italia para alcanzar la localidad de Chateau Queyrás, famosa por un imponente castillo en el centro y elevado sobre el resto de la población.
El pueblo estaba muy encajonado, más de lo que yo imaginaba de haberlo visto en fotografías o en tomas aéreas de helicóptero.
Por el sol nos fue difícil conseguir una buena toma, pero es algo digno de ver.
Desde allí partía la carretera que comunicaba con Italia a través del Col del Agnello, a 2746 metros de Altitud, muy cerquita de la Bonette y a más altitud que el coloso Galibier.
Otro que nos habría encantado subir pero también nos haría perder más de una hora, y además la vertiente más bonita es la italiana.
Pero un cartel en la carretera nos hizo poner rumbo hacia un destino que no estaba planificado, Saint Veran, o lo estaba pero como algo opcional.
En pleno ascenso hacia el Agnello sale un desvío que te acerca hasta esta bonita localidad, que con 2020 metros es el municipio habitado más alto de Europa, como bien reflejaban varios carteles por allí.
Tras hacer una novatada y pagar 2 euros por un parking a la entrada, cuando se podía aparcar perfectamente más adelante en cualquier punto, rodeamos el pueblo de derecha a izquierda. Un pueblo que parece un balcón por su disposición.
Casas impresionantes de madera por todo el pueblo.
Hacia sol y buena temperatura y todo estaba verde, pero numerosas postales a la venta en las diferentes tiendas de souvenirs nos mostraban la estampa habitual en invierno, con todo prácticamente cubierto de nieve.
Con un poco menos de dolor de cabeza, pero sin remitir nos despedimos del sitio y retrocedimos de nuevo hacia Chateau Queyrás, el cual dejamos atrás y tomamos el desvío para acceder finalmente al Izoard.
Tras unos primeros kilómetros sin apenas desnivel ni belleza, al paso por Arvieux salimos a un ancho valle previo a la zona de más desnivel del puerto.
Y al coger altura a través de numerosas curvas paramos en un mirador para contemplar el valle, un paraje incomparable.
Seguimos avanzando por fuerte desnivel rodeados de árboles y vegetación hasta que a unos tres kilómetros de repente de frente ves que desaparece la vegetación, te paras en un apartado que hay allí y giras la vista a la derecha y te sobrecoges por la belleza del famoso lugar conocido como la Casse Dessert, que parafraseando a Carlos de Andrés, narrador de ciclismo en TVE desde hace mucho tiempo, "yo es que me quedo alucinado cuando vas subiendo y de repente se abre ante ti la Casse Dessert"
Pues eso mismo nos pasó a nosotros, un paisaje lunar, o de marte, que parece no pegar allí, como si alguien lo hubiera traído de otro punto del espacio, y que hace de aquel sitio un lugar incomparable, que puso un magnífico epílogo a nuestra presencia en los Alpes.
Recorrimos los tres kilómetros hasta la cima donde a 2360 metros hacia un aire terrible, que nos obligó a darnos prisa en hacer fotos y en contemplar la zona, así que rápido empezamos el descenso hasta Briançon.
Con praderas verdes al principio, en esta cara no hay casi paisaje lunar, y vegetación a los 2 o 3 kilómetros.
Tardamos poco en llegar al pueblo.
Como no era muy tarde, había sobrado algo de luz del día, no mucha, salimos a dar un paseo por allí antes de cenar.
Y nos topamos en una explanada juntos a varios edificios antiguos una competición de escalada, junto con un sitio para donar sangre y casetas para comprar un bocadillo o un refresco.
Una pared vertical, incluso con un tramo de inclinación negativa, con tres zonas de acceso por el que chicas, chicos jóvenes y chicos más adultos y experimentados, intentaban llegar hasta arriba, calculo que a unos 25 metros.
Estuvo entretenido como relleno del tiempo que nos sobraba.
En el rato que estuvimos, un poco más de media hora hasta que la temperatura y la falta de ropa de abrigo de Fede nos hizo volvernos al hotel, nadie consiguió llegar hasta arriba del todo.
Llegó el momento de ducharse, cenar y revisar un poco el trayecto del día siguiente que nos debería empezar a hacer retornar a España.
Así que ahí concluyó la quinta jornada.
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